volcán

volcán

martes, 11 de noviembre de 2014

Luces y sombras




De niña, cada domingo despertaba con una presencia espantosa en mi cuarto. Era una oscuridad terrible y silenciosa que se agazapaba junto al armario y me observaba fijamente, sin ojos ni forma física, sin contorno, ni masa, mientras yo, arrebujada hasta los ojos, inmovilizada por el terror, sentía aquella presencia de tiniebla acechando mi pequeñez, y aguardaba a que mi madre viniese a mi rescate.

El domingo, sin embargo, era el día más bello de la semana. Desayunaba mientras escuchaba el campanario de la iglesia que a mis oídos sonaba como música, y contemplaba los haces de luz que se filtrabran a través de las cortinas del balcón, llenos de minúsculas partículas de polvo, imposible de atrapar con las manos de un niño. Lo mejor de todo, es que a veces, recibía el privilegio de elegir un cuento, lo que más amaba en el mundo por aquel entonces, el que yo quisiera, aunque normalmente, los más preciosos, los de tapa dura, no estaban al alcance de nuestras posibilidades, pero al final cualquiera de ellos, me hacía regresar sonriendo, sin recordar más al temible monstruo de mi habitación. Hasta el siguiente domingo.

Con el tiempo lo olvidé, pero no dejó de existir. Pasaron los años y descubrí que la presencia oscura venia conmigo, fuese a donde fuese. La llevaba adherida a mi cuerpo, como la sombra que Wendy cosió a los pies de Peter Pan. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario