volcán

volcán

lunes, 6 de junio de 2016

Reverberaciones




El calor apretaba ya como una mano invisible que oprime la garganta y la piscina a aquellas horas se encontraba llena de visitantes. En el aire, un murmullo constante de voces, retazos de conversaciones absurdas, risas resueltas que nacen de bien adentro, música ambiental e incesantes chapoteos.

El sol quemaba, y tendida sobre una toalla, imaginaba su cuerpo ardiendo como un cigarrillo, consumiéndose poco a poco de la cabeza a los pies, hasta transformarse en ceniza volátil. Polvo somos y en polvo nos convertimos.

Al fin se levantó y caminó hacia el borde de la piscina de agua clorificada y transparente como el cristal, a la que el sol arrancaba reflejos de cuchillo. Se zambulló sin pensarlo para escapar del peso de la gravidez y se hizo el silencio. 

Buceó y al abrir los ojos contempló desde lo profundo la refracción del mundo, su deformidad, su relativa importancia. Buceó disfrutando de ese momento de aislamiento, de soledad absoluta, liberada de la carga de la realidad en aquel momento incompartible. Buceó llenándose de aquella paz, en tanto que se iba vaciando de oxígeno.


Tal vez, al fin, había encontrado su lugar.

sábado, 4 de junio de 2016

No trespassing



A golpe de traición invadieron su morada, que halló revuelta, tras una jornada agotadora. Le dolían los hombros de soportar el peso de la propia vida y el pecho de arrastrarse en el día a día.

Entró con el corazón acelerado, sin hacer ruido y afinando al máximo el oído y el olfato, como un perro de caza. No había nadie más allí. Aparentemente no habían sustraído nada, los objetos de valor estaban en su sitio, el tocadiscos antiguo; la delicada vajilla que su abuelo había traído del Japón, envuelto en papel de periódico, en uno de sus viajes marineros; el retrato al óleo que su padre pintó de su madre, cuando aún se amaban. 

Sin embargo todas sus cartas estaban en el suelo, fuera de las bonitas cajas donde las conservaba, desperdigadas por la alfombra, extraídas bruscamente de sus sobres, desplegadas y manoseadas. Todo un mar de palabras, llegadas desde familiares lejanos, amigos ya perdidos, amistades iniciadas, que le habían regalado sólo a ella, como obsequios de tiempo que le habían dedicado, pensándole con cariño, con curiosidad, con alegría o con deseo. Letras ultrajadas por ojos prohibidos. 

No, aparentemente no habían robado nada.